Jessica Martínez
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Este restaurante fue nuestra salvación tras toda la mañana recorriendo el Jardín Nacional en nuestro primer día en Kyoto. El local está muy bien escondido en una zona residencial, pero vale muchísimo la pena.
Las mujeres que lo llevan son muy agradables y conocen alguna palabra clave en inglés para ayudarte, aunque con el menú en inglés y los traductores online tienes de sobra para guiarte. Este restaurante sólo sirve soba, frío o caliente. Nosotros ya lo sabíamos porque habíamos encontrado el sitio en Maps buscando locales para comer en la zona, pero las mujeres te lo dejan claro de todos modos en cuanto pasas al restaurante, supongo que porque ya habrán tenido alguna experiencia con gente que no lee.
La comida está deliciosa, y es muy satisfactorio preparártela tú mismo. Una de las mujeres suele quedarse cerca para darte algún consejo o ayudarte, aunque los pasos vienen bastante bien explicados en la guía que viene con el menú. Aún así, toda ayuda se agradece, sobre todo proviniendo de culturas tan distintas. Nunca olvidaré el sabor de la mezcla de huevo y verduras en la que se mojan los fideos.
Al entrar, tienes que quitarte los zapatos y dejarlos en un mueble que hay en la entrada. Nosotros nos quedamos en calcetines. Las mesas son de estas que no tienen sillas; tienes que sentarte en el suelo, sobre un cojín. No es lo más cómodo del mundo, pero fue una experiencia muy japonesa que me alegro de haber vivido.
El local en sí es muy tranquilo. Tienen música suave puesta de fondo. Además, no se permiten niños, por lo que la calma está asegurada. Es un lugar excelente ya no sólo para comer bien, sino también para relajarse.