Francisco Javier Aulestia A.
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Kamin es una de las novedades del casco histórico de León, situado en un enclave que ya anticipa parte de la experiencia: recorres la calle Ancha, te cruzas con el Palacio de los Guzmanes y, al girar a la derecha, aparece este pequeño local que quiere jugar en una liga alta.
Al entrar, lo primero que sorprende es la calma. Se escucha a Bill Evans de fondo —detalle que agradece cualquiera que no quiera comer con prisas— y un ligero aroma a leña envuelve la sala. El personal recoge los abrigos y te acomoda. Pocas mesas, distancia suficiente, esa intención de “lo que vas a probar está pensado”.
Optamos por el menú pase corto, una sucesión de pequeños platos que, en general, funcionan y transmiten intención y mimo. Hubo preparaciones que realmente nos hicieron vibrar. Sin embargo, también hay pequeñas licencias que, desde una mirada crítica tipo Michelin, conviene mencionar: el llamado “entrecot”, por ejemplo, resulta algo presuntuoso en el nombre para lo que es realmente un slide extremadamente fino, casi de micrótomo, que aporta menos de lo esperado dentro del conjunto.
El espacio es agradable, la cocina abierta en el centro suma transparencia y ritmo. No obstante, en la composición visual del local hay un par de elementos que rompen la armonía: una balda con licores demasiado básicos y una vinagrera colocada en formato nevera que distrae en un restaurante que, por lo demás, quiere transmitir cuidado extremo. Son detalles fáciles de pulir, pero que destacan porque el resto del ambiente está tan bien encaminado que esos contrastes se notan más.
En definitiva, Kamin es un proyecto con alma y ambición, con un menú trabajado y momentos realmente brillantes. Si afinan un par de decisiones estéticas y definen mejor algunos pases, el lugar puede evolucionar hacia algo muy sólido dentro de la escena gastronómica de León.